Editado por: Shirly Cubillos y María Fernanda Valderrama
Carlos Garavito Ariza
Psicólogo de la Universidad Católica de Colombia. Director Grupo de Investigación DHEOS en la Universidad Piloto de Colombia, y director del laboratorio de Psicología de la Universidad Católica de Colombia.
Carlos Garavito actualmente se desempeña como el Segundo Director del Nodo Nacional de Investigación en Psicología Violencia y Paz de la Asociación Colombiana de Facultades de Psicología. Es docente en la Fundación Universitaria Konrad Lorenz, y es el director de la Red Nacional de Laboratorios de Psicología, en la Asociación Colombiana de Facultades de Psicología.
Los cambios generacionales tradicionalmente han implicado una serie de modificaciones en las expectativas, necesidades, prácticas y creencias que puede llegar a tener un colectivo de personas frente a la realidad, el cuerpo, la vida y la manera en la que se puede acceder a efectores de desarrollo dentro de unas condiciones sociales específicas. Así, estos cambios generacionales vienen acompañados de transformaciones en el sentido de existencia y la forma en la cual eventos históricos pueden llegar a afectar la dinámica de una sociedad.
Uno los cambios más evidentes corresponde a la concepción del cuerpo y la forma en la cual se desarrollan creencias y prácticas en el ámbito del cuidado, el autocuidado y la manera en la cual el cuerpo se constituyen en un medio de expresión psicosocial, cultural y en algunos puntos económica. De esta forma, el cuerpo es una de las principales fuentes de observación de los cambios generacionales frente a la relación cultura, sociedad e individuo y los conceptos de salud, reproducción, bienestar y trascendencia. En consecuencia, se puede llegar a comprender que la construcción de identidad corporal no es un hecho individual ni mucho menos aislado de las condiciones sociales relacionadas con la construcción del mundo público y privado a nivel psicosocial.
Adicionalmente las evidencias simbólicas que se encuentran alrededor de la concepción de cuerpo pueden llegar a ser mucho más dicientes frente a la comprensión de las necesidades generacionales derivadas de un momento histórico particular. Así, la forma en la que las representaciones de belleza, aceptación y armonía dentro de lo corporal se van traduciendo en nuevas prácticas asociadas a la manipulación del cuerpo como medio de éxito social provoca nuevos escenarios de riesgo psicosocial para las personas y de manera paralela se gestan nuevas exigencias dentro del campo de la motivación, la aceptación, los vínculos y la felicidad. Por ende, la comprensión del contexto generacional permite iniciar el reconocimiento de los sistemas de elementos representacionales, icónicos, psicológicos, culturales, políticos, económicos y normativos que inciden de forma positiva o negativa en la manera en la que las poblaciones contemporáneas asocian el cuerpo con una forma de expresión de su mundo psicológico.
El riesgo puede ser entendido como la probabilidad de que una condición, estado, situación o evento modifique, altere o interrumpa el funcionamiento natural de un sistema. Es por esta razón que el riesgo se constituye en un hecho que se vincula causalmente con el desarrollo de un hecho. Es así que a nivel estructural, el riesgo implica una serie de acontecimientos antecedentes que derivan eventos consecuentes que producen un grado de alteración de un sistema particular. De esta manera, el impacto del riesgo se representa a través del nivel de modificación que puede llegar a tener cualquier tipo de proceso frente a lo que se espera que debe producir. Es así que entre mayor sea el impacto del riesgo, se puede llegar a generar una condición de mayor alteración. Esto implica que el riesgo afecta de manera mecánica y estructural el desarrollo de las condiciones sistémicas de un fenómeno.
En el caso de la salud mental se puede llegar a comprender que el riesgo se traduce en una serie de hechos que afectan el equilibrio o el bienestar de una persona en su plano psicológico. Varios estudios han demostrado que los niveles de contaminación emocional, social, laboral y en algunos casos familiar llegan a constituirse en detonantes al desarrollo de trastornos mentales y procesos asociados a malestar tanto orgánico como psíquico. Es por esta razón que el sentido de vida y la forma en la cual se desarrollan autoesquemas positivos, hábitos saludables y prácticas mediadas por el autocuidado se constituyen en hechos fundamentales en el afrontamiento de condiciones de riesgo psicosocial.
Es así que la representación del cuerpo se asocia directamente con la identificación de una serie condiciones de riesgo representadas en la manera en la cual el entorno puede llegar a influir en la formación de una identidad que se sustenta en la tensión entre la satisfacción de necesidades inmediatas y la búsqueda de aceptación propia, mediada por el significado de esquemas de estética, belleza, salud y sexualidad, fundamentados por una serie de estereotipos sociales de estética y movilidad social. De esta manera la relación sociedad, identidad y motivación para generar alteraciones evidenciadas en procesos de frustración, deformación de la imagen propia y deterioro de las condiciones afectivo-emocionales que se vinculan a estrategias de socialización, construcción de vínculos, satisfacción sexual y elaboración de prácticas de intercambio con diferentes personas. Asimismo el concepto de cuerpo implica diferentes escenarios de poder, dependencia por el otro y uso instrumental de este como un medio de articulación entre las expectativas privadas de éxito y lo que el medio exige como una concepción “correcta” de persona sana, feliz y próspera.
En consecuencia, la relación entre la construcción de un sentido de cuerpo frente a las necesidades del entorno puede llegar a representar un sistema de variables de riesgo frente a la construcción de salud mental y física de una persona. Es evidente que el incremento de enfermedades relacionadas con la percepción propia es una muestra de que el entorno, algunas condiciones generacionales, estilos atribucionales, acceso a medios de comunicación, exigencias sociales y procesos de socialización pueden llegar a generar una masa crítica de variables de riesgo y tensión frente a la acción de las personas en su contexto de desarrollo. Es por esta razón que las prácticas vinculares y de socialización potencialmente implican procesos de malestar psicológico y prácticas no saludables o de riesgo.
Es en este sentido que la sexualidad tomada desde el ámbito de lo social e identitario se expone a estos mismos niveles de riesgo y genera una serie de expresiones que pueden llegar a ser nocivas para el desarrollo psicosocial de una persona. Bajo estos supuestos la interacción sexual – corporal no solamente se asocia con un hecho instrumental. Refleja la influencia del medio de socialización, aprendizaje y representación, entre otras cosas, de la corporeidad y la acción de la historia afectivo social en un proceso de intercambio físico. Es por esto que la psicología debe hacer un esfuerzo más imperioso en la comprensión de las condiciones actuales de las generaciones ya que esto permite determinar mejores acciones de atención y orientación a poblaciones, que por su propia historia se encuentran expuestas a altos grados de vulnerabilidad personal y social.
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